¿Alguna vez la enorme hoja de balance de la Reserva Federal fue un amuleto de la tranquilidad en el mercado? Siempre que había un pequeño movimiento, todos esperaban que la Fed salvara la situación. Pero últimamente, esa lógica podría estar a punto de cambiar.

En mayo de este año, Kevin Woor, exmiembro de la Reserva Federal y candidato muy considerado para ser el próximo presidente de la Fed, hizo declaraciones contundentes en una conferencia. Afirmó que la Reserva Federal actualmente "participa casi todos los días en cada rincón del mercado bancario", y que su hoja de balance ya superaba con creces las necesidades reales, alcanzando un tamaño de billones de dólares en exceso. Estas palabras suenan un poco duras—como si dijera que este "protector" debería adelgazar.

Woor además señaló que, en los últimos cinco años, el descontrol en el gasto fiscal de EE. UU. se debe en parte a la Reserva Federal. No solo intervino durante las crisis, sino que incluso en días de relativa estabilidad económica compró masivamente bonos del gobierno, lo que resultó en que los costos reales del gasto gubernamental quedaran "ocultos". Esto equivale a usar la política monetaria como un anestésico para el déficit fiscal.

Puedes imaginar qué tan grande es la contradicción con la práctica habitual del mercado de confiar en las "opciones de venta" de la Fed. Antes, el mercado confiaba en la garantía implícita de la Fed para sus operaciones; ahora, alguien quiere cambiar las reglas.

Lo más interesante es que, si Woor realmente llega a ser presidente de la Reserva Federal, y además la IA está a punto de cambiar la relación fundamental entre eficiencia productiva y oferta monetaria, podría estar en marcha un cambio radical en la política monetaria. Desde la crisis financiera de 2008, la Fed ya no es esa institución independiente que solo maneja política monetaria; se ha convertido en una especie de "niñera todopoderosa" que inyecta liquidez en los riesgos del mercado y en los agujeros negros fiscales. La flexibilización cuantitativa, que empezó como una herramienta de crisis, se ha convertido en una operación rutinaria. La pregunta es si este "fiesta de flexibilización" de 17 años podrá continuar, o si estamos en una encrucijada.