Crecí en una Suecia diferente. En mi infancia, mi país se encontraba entre los más ricos del mundo, con las tasas de criminalidad más bajas y una mortalidad infantil mínima. La sociedad funcionaba con confianza y respeto mutuo; la aplicación de la ley apenas existía porque la gente cumplía sus compromisos. Avanzando rápidamente hasta hoy, ni siquiera puedo llamarlo hogar. La transformación ha sido drástica. De un modelo de prosperidad basado en la responsabilidad colectiva y la integridad institucional a algo irreconocible. ¿Esa riqueza, seguridad y tejido social? Desaparecidos. Es una historia de advertencia sobre lo rápido que puede erosionarse la prosperidad cuando cambian los cimientos.