Recientemente, he visto un conjunto de datos que explica bastante bien la situación. Según lo recopilado por Kashif Raza, fundador de Bitinning, en 2016 solo 2 países tenían Bitcoin en sus reservas públicas, y para 2025 esa cifra ya había llegado a 20. En menos de diez años, se ha multiplicado por 10, y lo que esto refleja merece una reflexión profunda.

No se trata simplemente de una ola de inversores minoristas o de un auge institucional; en realidad, representa un ajuste fundamental en la estrategia de asignación de activos a nivel nacional. Cuando los países soberanos comienzan a incluir BTC en sus arcas, ¿qué significa eso?

Desde la perspectiva del mercado, las señales positivas son numerosas. En primer lugar, la propiedad de Bitcoin como activo no soberano ha sido oficialmente reconocida: no pertenece a ningún país, pero varios lo consideran un activo importante. En segundo lugar, este tipo de tenencia genera una demanda más estable a largo plazo. La asignación a nivel estatal difiere de la especulación a corto plazo; la mayoría de estos activos se mantienen a largo plazo y difícilmente vuelven rápidamente al mercado. Además, en un contexto global de alta deuda y devaluación constante de las monedas nacionales, BTC está evolucionando gradualmente hacia un papel híbrido de "oro digital y reserva de liquidación".

Pero también hay que tener en cuenta los riesgos. Cuanto más profunda sea la intervención estatal, más complejos serán los juegos regulatorios. Las fluctuaciones geopolíticas pueden amplificar la volatilidad del precio de Bitcoin. Si algunos países lo consideran un "recurso estratégico", las tendencias a corto plazo serán más susceptibles a la emocionalidad del mercado. La trayectoria de Bitcoin dejará de ser simplemente una cuestión de subir o bajar, y pasará a formar parte de un gran tablero de ajedrez en el sistema financiero global y en las disputas internacionales.

Volviendo al núcleo de la cuestión: a medida que más países comienzan a considerar Bitcoin como parte de su estrategia de activos, en realidad ha experimentado una transformación de identidad: desde una prueba de concepto para entusiastas, pasando por una asignación institucional, hasta convertirse en un activo de nivel estatal. Este camino no será fácil, pero apunta claramente a un hecho: Bitcoin ya no puede volver a la era de 2016. Entonces, la pregunta es: ¿quién será el próximo país en entrar oficialmente en este juego?